Opinión | Retiro lo escrito

Tierras y diputados muy raros

Dos vecinos firman su rechazo a las minas de tierras raras.

Dos vecinos firman su rechazo a las minas de tierras raras. / Onda Fuerteventura

En el transcurso del último pleno parlamentario un grupo de diputados salió al jardín frontal del Parlamento –en realidad es un pequeño patio con ínfulas de parterre– en el que les esperaban varios fotógrafos. Al cabo de un minuto se les unió una señora: era la presidenta del Cabildo de Fuerteventura, acompañada de algunos de sus consejeros y técnicos. Buscaron el mejor acomodo posible y con sonrisas unánimes posaron para la eternidad. Después se deshizo el grupo y abundaron los golpes en la espalda, los chistes, los parabienes y las despedidas. Todos parecían embargados de felicidad. ¿Qué había ocurrido? Que se había aprobado una proposición de ley con los votos de todas las fuerzas parlamentarias para rechazar la exploración y extracción de tierras áridas en Fuerteventura.

Hace un par de días, en un artículo estupendo y pertinente, Silvia Fernández mostraba su estupefacción ante las presiones que convencieron a Tenáridos –una empresa especializada del grupo Satocan– de recoger sus macundales y abandonar Fuerteventura. Teránidos, por supuesto, no estaba extrayendo nada, sino explorando una superficie de 1,34 kilómetros cuadrados para averiguar la concentración de las llamadas tierras raras en las rocas de la zona. Tierras raras es el nombre común de 17 elementos químicos que tienen una aplicación generalmente insustituible en amplísimos campos: aleaciones ligeras para componentes aeroespaciales, lámparas de vapor de mercurio, láseres, superconductores, filtros de microondas, revestimiento de bombillas de bajo costo, electrodos de batería, lentes de cámara, oxidante químico, polvo para pulir, imanes, lámparas de arco de carbono, componentes de motores de automóviles eléctricos, baterías nucleares, barras de control de reactores nucleares, pinturas luminosas, fosforescentes rojos y azules, tubos de rayos X, memorias de computadoras, tomografías, bombillas leds, medicina nuclear. Las tierras raras son objeto de control, monitoreo y explotación por las grandes potencias. El subsuelo marino de Canarias las tiene –al menos potencialmente– en cierta abundancia. Según un proyecto de investigación de las universidades de Las Palmas de Gran Canaria y La Laguna, Magec REEsearch, financiado por la Agencia Canaria de Investigación, en algunas islas podrían encontrarse hasta diez kilos de tierras raras por tonelada de roca. Cargado de sentido común, Jorge Méndez, profesor titular de Física Aplicada y uno de los coordinadores del proyecto, indica que «cualquier territorio debe saber lo que tiene como paso previo a la toma de decisiones». Cualquier territorio, obviamente, excepto Canarias.

¿Conocen los diputados que votaron a favor de impedir la exploración y explotación de tierras raras en Fuerteventura el trabajo del doctor Méndez y sus compañeros? Parece extremadamente improbable. ¿Conocía el Cabildo de Fuerteventura los informes que hasta el momento había rendido la actividad de Teránidos en la isla? Pues tampoco parece demasiado probable. A los políticos majoreros –y a sus compañeros del resto del Archipiélago– la información sobre la situación de tierras raras en Canarias no es que no les parezca fundamental. Por su reacción parece, en cambio, producirles náuseas. Diversificar la economía debe ser un objetivo estratégico siempre que no se ponga en marcha ninguna alternativa económica o se introduzcan demoniacos cambios tecnológicos, porque también se incorporan a la cofradía del santo reproche aquellos que no quieren ver un solo molino de viento más o propugnan que se desconecten las desaladoras, porque producen salmuera como pecaminoso subproducto y la salmuera resulta francamente mala. Es una lástima que no todos podamos ser diputados autonómicos o consejeros de cabildos o secretarios generales técnicos, porque entonces cualquier problema quedaría solucionado. En el jardincito del Parlamento, bajo el tibio sol de abril, sonreían los diputados y diputadas, reventando de satisfacción por su virtuosa ignorancia.

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